Leyendas.

CUELGA MUJER 

 

En nuestros tiempos en que se hace gala de indiferentismo religioso y en que se permite a hombres y mujeres extranjeras perorar a nuestro pueblo de suyo religioso, ideas disolventes, como la abolición de la familia, el amor libre, el divorcio, la negación de la divinidad del Redentor y un ensañamiento descarado contra su Iglesia, de la que dice el sabio Augusto Nicolás "que es Dios que es reconocido y servido por la humanidad, siendo la revolución la, humanidad emancipada de Dios, revolucionando contra Dios, atacando a Dios", vamos a referir dos hechos que ha conservado la tradición y que intentamos que se perpetúen para demostrar los trascendentales efectos de la bendición y de la maldición paternas. Estos dos actos que se ven con criminal indiferencia, producen inmediatos y fecundos resultados. El pueblo por su energía y falta de cultura, lanza maldiciones cuando las juzga merecidas, creyendo de buena fe en que los acontecimientos que se suceden a un hecho de esta naturaleza, tiene por móvil la intervención divina que con funestos resultados escarmienta a los malvados. La hermosa y robusta fe de nuestro pueblo, respeta y tiene en tanto precio el poder de una maldición o anatema emanado de la autoridad espiritual, que unida su sentido poético, lo extiende hasta lo inanimado, como lo prueba el siguiente hecho:         

Había en el pueblo de Huatulco una pobre viuda que no tenía más que un hijo que por sus vicios y maldades era objeto de la execración general. La madre que era amante de las virtudes y del orden, se moría de pena y no probaba bocado que no estuviera empapado con sus lágrimas. En las intensas amarguras que torturaban su corazón, encontraba un refugio y esperanza cuando levantaba su alma por medio de la oración a la Virgen de la Concepción que era la Patrona de Huatulco.
El hijo vicioso y criminal seguía en su mala vida, cometiendo toda clase de iniquidades, hasta llegar a profanar el templo, robando a la hermosa Imagen un valioso collar de perlas, obsequio de los buzos de cabeza, como se llamaba entonces a los pescadores de perlas. Era costumbre sancionada por la devoción ofrecer a su santa Patrona las primeras conchas que se sacasen del mar, y se aseguraba por los buzos que esas perlas eran de un valor infinito, atribuyendo esta circunstancia a un verdadero milagro.
El anatematizado reo, después de consumado su sacrílego robo, al verse perseguido por los huatulqueños, huyó al "Bajo del Arenal" donde escondió el producto de su rapiña en el hueco de un árbol de "huanacaxtle". El árbol, perdida tal vez la savia que lo alimentaba, comenzó a perder su lozanía y al fin se secó. Las huacamayas, loros y cotorras abandonaron sus nidos y hasta el comején se retiró de sus "tachinazti". El bandido Miguel (que así se llamaba) se ausentó de su pueblo por varios años. 
Cuando, debido a las gestiones de su madre, arregló con la justicia que no se le persiguiera, se radicó en Pochutla donde se enamoró perdidamente de Rafaela, hija de un acomodado ranchero cuyo genio malo y despótico le hacían contrario a toda voluntad ajena, a toda cosa que no fuese dispuesta por él, quien se llenó de rabia al saber los amores de su hija con Miguel, en virtud de que la hija le era muy útil en las labores domésticas y Miguel tenía fama de un hombre de pésimas costumbres en muchas leguas a la redonda. Rafaela amaba a Miguel como solo saben amar los campesinos cuyo primer amor forma una parte integrante de su vida: su amor es como el árbol arraigado en el terreno que le es propio; bien puede el tiempo marchitarle sus flores (qué amor carece de flores) pero no puede ser trasplantado. Su tronco es inamovible, sus raíces indesprendibles.
Estas relaciones pasaron durante algún tiempo, enlazando más y más a los amantes. Un día Miguel pidió la mano de la muchacha por la mediación del cura de la parroquia. Su petición fue rotundamente negada, pues el padre, sin pensar en las ofensas que infería al mediador, dio rienda suelta a su ira, profiriendo improperios e insultos de subido color contra los amantes. Viendo la obstinación de su padre y conociendo que su oposición sería invencible, Rafaela tomo la decisión de abandonar clandestinamente el hogar paterno. Cuando su padre se dio cuenta de la fuga de su hija, fuera de sí, en su arranque de suprema indignación, exclamó levantando fosforescente mirada al cielo: 
"¡Maldita, maldita seas!" ¿Te has burlado de tu padre? ¡Colgada te has de ver, para pagar la ofensa que me has hecho.....!
Cómo vivieron Miguel y Rafaela después de estos acontecimientos, es asunto que no hemos podido averiguar.
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Un día en que por el Sureste de Pochutla, casi en las goteras de la población, regresaban del campo varias jóvenes leñadoras con sus tercios de leña a cuestas, según es costumbre en la costa, el graznido de un cuervo las obligó a volver el rostro hacia el lugar en donde graznaba el ave fatídica. Entonces vieron con espanto que de un árbol corpulento pendía el cuerpo inerte de una mujer. ¡Era el cadáver de Rafaela! ¡La maldición de su padre se había cumplido! Un año después de este macabro descubrimiento, se veía vagar por las calles de Pochutla a un hombre cabizbajo con su cuerpo cubierto de asquerosas llagas. Aquel infeliz refería que sufría un castigo del cielo por haberle robado su collar de perlas a la Virgen de Huatulco, y que todas las noches, en punto a las ocho, al anunciarse en la torre de la Iglesia con la campana el toque de ánimas, se le presentaba un esqueleto que lo tomaba de la mano y lo obligaba a andar hasta el pie de un árbol que está cerca del pueblo al Sureste, donde lo mandaba a rezar un Padre Nuestro. El hombre obedecía el mandato del esqueleto, porque al escuchar su voz, parecía que era movido por un impulso superior, a su voluntad. Cuando terminaba su oración, veía al esqueleto pendiente del árbol que le decía con voz cavernosa:
"Miguel, cuando tus rezos me hayan sacado del purgatorio, morirás al pie de este árbol".
Pasaron los años.
Una mañana, los campesinos madrugadores encontraron el cadáver de Miguel al pie de aquel árbol.
El vulgo comenzó a llamarle desde entonces "Cuelga mujer".
El árbol duró muchos años, siendo conocido con el nombre de "Palo de zopilote" con el que se distingue hasta hoy la caoba.
La musa popular perpetró este suceso en los siguientes versos:

              "Cuando salgas a leñar,
            no vayas por =Cuelga Mujer=,
           porque allí suelen penar
          el alma de Miguel y lucifer.
                 

       A mí no me espantan,
             Porque un Padre Nuestro rezando,
         El diablo se va rabiando

               Y el alma de Miguel descansa".      

















ANCLERO



Era una hermosa mañana, una de esas cálidas mañanas, llenas de perfumes, ricas de voluptuosidad; bañadas de poesía, como sólo las conocen los que habitan bajo el sol de la costa oaxaqueña.
La primera luz de la aurora flotaba por encima de las tinieblas que no bastaba a disipar, como flota un velo blanco sobre un vestido de luto. Las flores de los bosques más maravillosas de colores y de incienso, perdidas entre mares de verdura, abrían cariñosamente sus húmedas corolas: las brisas del mar acariciaban las crecidas yerbas que ondulaban misteriosas, exhalando sus aromas que recogían los céfiros: los árboles agitaban su verde frondaje y el césped extendía su trémula alfombra sobre la cual, a la hora del crepúsculo matinal, llueven a millares esas peregrinas gotas de rocío, tan abundantes en la costa, que se parecen a puntas de diamantes engastadas en lucientes esmeraldas.

Todo reposaba en calma. Sólo se oía el paso lento de un hombre que caminaba con dificultad por el camino que de Puerto Angel conduce a Pochutla, y el rumor candencioso del viento, sepultándose sonoro entre el follaje. El hombre seguía avanzando lentamente agobiado por el peso de una ancla que, a manera de cruz, gravitaba sobre sus hombros. Al llegar a una pequeña altura se detuvo para tomar aliento, pretendió depositar el ancla en tierra; pero en ese instante se balanceó y cayó herido como por un rayo. ¡Estaba muerto! El enorme peso del ancla le había roto una arteria del corazón, produciéndole una muerte instantánea.

El día anterior a la escena que acabamos de describir, la tempestad batió sus alas y se arrojó impetuosa a recorrer la vasta extensión de los mares. Un buque se halló por casualidad juguete de los vientos y de las olas. La pobre nave maltrecha se refugió en la bahía de Puerto Angel. Su ancla estaba rota y era necesario componerla. Ninguno de los playeros se comprometía a llevarla a Pochutla para su reparación. Sólo uno de ellos se resolvió a cargarla, tarea demasiado fuerte y hasta cierto punto imposible, en virtud de que el peso era superior a sus fuerzas y tenía que morir, como murió, víctima de su arrojo al conducirla a Pochutla y en el sitio que dejamos dicho. Sus deudos recogieron su cadáver y le dieron sepultura eclesiástica en el lugar del accidente para que el tiempo